Por: Paula Alejandra Barrera Medina

 Visibilizar el importante papel de las mujeres, que tejen armonía en territorios de manera permanente, implica un paso por re significar  el cuerpo,  ese cuerpo que guarda y revive los episodios de la re-existencia, entendida esta, como una de las formas de habitar las luchas de las mujeres, mujeres guerreras, fuertes, mamitas, creadoras del sentir, del vivir; donde sus  cuerpos se convierten en el primer territorio de expresión, de resiliencia y vía para sanar a través del reconocimiento del yo.

Entender el cuerpo como primer territorio es interpretar un camino reflexivo necesario para crear otras formas de pensar, de sentir, y existir.  El cuerpo es el medio de expresión, identidad y comunicación con el entorno, como lo señala Barnsley (2013), al cuerpo como el receptor entre el individuo y su entorno ya que éste es la base en la cual se construye nuestra realidad, el es transformador y generador de la existencia, que, desde esta visión, permite la interacción con los demás y con nosotros mismos. Sin embargo, en el marco del conflicto, el cuerpo se convirtió en un territorio en disputa el proceso de entender los impactos de la guerra  sobre las mujeres pasa por el reconocimiento de los rastros de la violencia en el cuerpo y en la mente de quienes han sido víctimas de las múltiples agresiones asociadas al conflicto armado colombiano que inciden directamente sobre éste y sus dinámicas en relación con el territorio.

 Las relaciones que se construyen con el cuerpo de la mujer históricamente y en la mayoría de los casos han sido establecidas bajo el rol de receptor, de utilidad, de imagen, reflejando constantemente los efectos de las fuerzas socio-políticas e ideológicas, en una sociedad de consumo,  impregnadas por los discursos que se adhieren a el, un discurso banal que segrega la lucha de la mujer, y mitiga el cuerpo como imagen de producto.

En este sentido el cuerpo es entendido por diversos sistemas simbólicos y sus múltiples significados; el cuerpo también se asumió como control, regulación.

 Es por ello por lo que es importante transformar el significado y arraigarnos a un pensamiento donde el cuerpo sea visto como la resistencia que desempeña un  papel transformativo, en términos individuales y colectivos, desde la toma misma de sentir y el habitar las luchas posibles desde el reconocimiento. 

Para los indígenas Yanakunas, existe una relación intrínseca entre el mantenimiento de la vida en el territorio y el proceso biológico natural de la menstruación, siendo este último proceso considerado una renovación energética y espiritual por el cual la mujer debe realizar ciertas prácticas entorno a cuidado de su cuerpo que le permitan la continuación de la vida dentro del territorio. La resiliencia de sentir, las dinámicas cambiantes de un ciclo lunar, como conexión máxima con la Pacha Mamá. Somos mamitas conectoras y dadoras de vida, somos tierra, somos agua, contenemos en nuestro ser y nuestro cuerpo el ciclo de la vida.

Habitar nuestro cuerpo amorosa y conscientemente se ha vuelto una tarea de reconocimiento diario. “La enfermedad” la lunación, mal llamada menstruación, llega como un recordatorio de volver a sentirnos y escucharnos, de estar en presencia real de nosotras.

Los ciclos de la mujer tienen una fuerte relación con el ciclo lunar, tanto así que la resignificación de la menstruación desde el plano ancestral originario es volver a reconocerlo, como estoy en luna, en lugar de “estoy menstruando”. que posibilita otras construcciones de conocimiento. Siendo una apuesta epistemológica contextualizada, pretende esbozar nuestras propias memorias y las del territorio.

Ciclo: Luna nueva ¨ en introspección me vez, oculta, taciturna misteriosa¨´

Ciclo: Luna Creciente ¨ creciendo me vez, nutriendo con la magia creativa cada rincón de mi ser¨

Ciclo: luna llena ¨ Dadora de vida me vez, con el esplendor de mi luz iluminando los sueños del corazón

Ciclo: Luna Mengua ¨ Transformadora me vez, con la magia del viento que fluye lista para renacer¨

E aquí donde se expone la importancia de renovar la memoria biocultural a partir de la indagación de conocimientos, prácticas y creencias, en este caso  asociadas al cuidado del ciclo menstrual y su relación con las fases lunares, del reconocimiento del cuerpo  primer territorio senti- pensante, donde las  nuevas formas de sentirnos mujeres de acción  se plasme en  el derecho en  la resiliencia y  las luchas de construir un empoderamiento propio, resignificar la existencia en la memoria de nuestro cuerpo, de sentir, dar vida, de cuidar, proteger, de tejer y añorar un camino de dignidad.

“Las mujeres siempre han sido sanadoras. Ellas fueron las primeras médicas y anatomistas de la historia occidental. Actuaban como enfermeras y consejeras. Las mujeres fueron las primeras farmacólogas con sus cultivos de hierbas medicinales, los secretos de cuyo uso se transmitían de unas a otras. Y fueron también parteras que iban de casa en casa y de pueblo en pueblo. Durante siglos las mujeres fueron médicas sin titulo; excluidas de los libros y la ciencia oficial, aprendían unas de otras y se transmitían sus experiencias entre vecinas o de madre a hija. La gente del pueblo las llamaba “mujeres sabias”, aunque para las autoridades eran brujas o charlatanas. La medicina forma parte de nuestra herencia de mujeres, pertenece a nuestra historia, es nuestro legado ancestral.” Extracto del libro “ Introducción a la Ginecología Natural” Pabla Pérez San Martín

Fortalecer la identidad desde el reconocimiento, a partir del amor y la resiliencia de nuestros cuerpos, nos permite crear formas de acción sensible, mental y afectiva, hacia la capacidad de movilización de las mujeres asumiendo el cuerpo como una expresión donde el pensar del ¿quién soy?, ¿qué siento? Nos permita buscar la consolidación de una estética-política vinculada con la vida.

Necesitamos habitar un territorio sin miedo, una vida sin dolor, libres. Palabras que resuenan en el espíritu de las reivindicaciones de las mujeres, esto influye las formas de pensar, de sentir y de actuar en un territorio, construido por la lucha de la sobrevivencia, donde se busca   mostrar y se logre reconocer el cuerpo humano no solo como un espacio físico y biológico sino como un Territorio que se configura y reconfigura de acuerdo a la memoria, la espiritualidad y la sociedad dando paso a un cuerpo como mecanismo para la emancipación y el empoderamiento de discursos y prácticas que protegen y realzan el valor de la vida.

Se requiere espacios para generar procesos de educación frente al cuidado del cuerpo, el reconocimiento de la naturaleza cíclica de la mujer, el derecho a la salud sexual y educación menstrual de niñas, mujeres y comunidad en general, frente a los derechos culturales, sexuales y menstruales, como una alternativa para la apropiación de su cuerpo y las relaciones que se tejen con los otros y su relación con el territorio; donde poder expresar lo que queremos y lo que somos.

mujeres forjadoras, luchadoras,  exigimos espacios de colectividad, encuentros donde las articulaciones con otras y otros sean escenarios de compartir la palabra, compartir saberes  por que los saberes se multiplican a través de las juntanzas, de las conversas, de las unidades, que permitan proyectar políticas mucho más humanas equitativas y poder dimensionar el camino  de nuestros hijos e hijas, pues finalmente nosotros somos los herederos de muchas experiencias y de saberes  que van  aportando  a la re existencia de la dualidad, la fuerza reciproca de lo femenino, la naturaleza cíclica del cuerpo en el papel por la prevalecía  y cuidado de la vida.  Poderosos son los encuentros cuando desnudamos los sentires.